Perspectivas de agosto
Carlos M. Añez
Parma,
agosto 2018
Recientes
lecturas y conversaciones me hacen volver a escribir mis pensamientos sobre el
drama venezolano. Se trata de expresiones que he recibido de desaliento y
desesperanza en relación con un final de la destrucción chavista de nuestro
país. Tales voces sentencian que todo está perdido porque el pueblo venezolano
se rindió y no va a luchar por su libertad. Está muy ocupado, dicen, en su
supervivencia como para salir a arriesgar el pellejo en acciones de masa. Intento
analizar ese juicio buscando no solo claridad sino también esperanza.
Pronosticar es siempre incierto. La historia, en cuanto acontecer, es
como la vida. Te da sorpresas. Sorpresas te da la vida según Rubén Blades. Sin
embargo, no podríamos vivir si no pronosticamos al menos en el corto plazo. Si
los agricultores no pronosticaran, no sembrarían y los empresarios no
invertirían. Así que, a conciencia de la dificultad de adivinar el futuro,
siempre estamos pronosticando y equivocándonos muchas veces. Me he equivocado
siempre pronosticando el fin del chavismo y seguiré pronosticándolo porque lo
necesito para mi equilibrio emocional igual que los líderes que además lo necesitan
para vislumbrar el próximo paso.
Por otra parte, en el estudio de la sociedad generalizar es incorrecto.
El ser humano es diverso por naturaleza. No hay una única especie humana que despliega
un único patrón de comportamiento y, sobre todo, de creencias. Por eso hablar
de “los venezolanos” así, en general, no es válido. Los científicos sociales usan
las encuestas para acercarse más a la realidad, pero a conciencia de que ellas solo
permiten aproximaciones sin poder generalizar.
La historia en cuanto a registro y narrativa del pasado es buena fuente
para entender el presente, pero no para pronosticar. Claro, un pronostico
comienza por una imagen del presente y hasta allí la historia ayuda. En base a
la historia podemos afirmar que no hay fórmulas para la caída de dictaduras. En
el mundo han caído por invasión militar externa, por implosión y conflictos
internos, por simple derrumbe propio, por acuerdos políticos, por rebeliones
militares, por muerte del dictador, por acción guerrillera rebelde, por
estallidos sociales y seguramente habrá casos peculiares que yo no conozco. Tampoco
hay fórmulas para sostener una dictadura en el poder. Algunas se sostienen por fuerza
militar, otras por apoyo de otros países, unas más por apoyo popular de mayoría
o minoría y hay ciertos casos en que se sostienen a punta de dinero y
prebendas. Unas han sido cortas, otras muy largas. Unas responden a ideologías históricas
y otras simplemente siguen programas políticos ad hoc e incluso surrealistas. Todas
ejercen la violencia, pero muchas dependen de pactos políticos con fuerzas que
las sostienen. Entonces, en este tema generalizar también es precario. El
politólogo Bruce Bueno de Mezquita argumenta que las dictaduras se mantienen mientras
puedan pagarles a los grupos que las sostienen.
Se comprenderá que con estas ideas en la mente se me hace muy difícil
aceptar las conclusiones de quienes declaran que el pueblo venezolano está
rendido y que no habrá estallido social. Comenzando por qué un estallido social
es solo una de las múltiples vertientes por las que puede derivar el proceso
histórico que está ocurriendo en Venezuela. Piénsese no solo en las opciones
mencionadas en el párrafo anterior sino también en eventos que ya han ocurrido
y que, sin ser estallidos sociales, tuvieron potencial de desencadenar una
crisis final, aunque abortaron. Me
refiero a eventos tales como el golpe del 2002, los drones explosivos, la mal
manejada victoria electoral del 2015, etc. Además, las razones esgrimidas para
eliminar el estallido social de entre los cursos probables son atrevidas, infundadas
e inválidas. Todos los trayectos políticos y sociales concebibles son posibles
en Venezuela, aunque a algunos se les pueda ver más probabilidades que a otros.
Por ejemplo, un colapso financiero del régimen tiene más probabilidad que un
golpe militar, pero se trata de probabilidad y no de certeza.
Confieso que me irritan los argumentos de que el estallido social no
ocurrirá porque “el venezolano” está ocupado en sobrevivir él con su familia y
no le interesa lo que le pase a los demás porque es cobarde, cómodo y acostumbrado
a recibir dádivas. Me parece que acusar de una ausencia de solidaridad social “al
venezolano” es ridículo e injusto ante tantas muestras de solidaridad que hemos
visto, por ejemplo, las que han dado médicos y enfermeras en primerísimo lugar,
los estudiantes y los jóvenes en general, los impresionantes grupos de
migrantes caminando juntos hacia el sur de América, las búsquedas colectivas de
medicinas escasas y por supuesto la asistencia incansable a protestas y manifestaciones
masivas. En fin, solidaridad no falta. Vimos el año pasado a cientos de miles,
por no decir millones, de venezolanos enfrentar impertérritos la brutal represión
en las calles de las ciudades venezolanas, por cuatro meses seguidos, con
decenas de asesinados y con impacto interno e internacional determinante.
Aunque el movimiento se apagó ¿podemos decir que esa gente solo se preocupa de
recibir sus cajas CLAP, que no quiere luchar, que no tiene coraje, que no es
solidaria socialmente? ¿podemos decir que los migrantes que con unos morrales
en las espaldas salen a buscar mejor vida a pie, con poco dinero, ¡sin tarjetas
de crédito!, son unos derrotados sin coraje para luchar? Es decir, tienen
coraje para migrar en esas precarias condiciones, pero son unos cobardes porque
migran. Contradictorio, por lo menos ¿no?
En el otro extremo he recibido el argumento de que los migrantes son los
valientes que teníamos y que están quedando solo los cobardes. ¡¡¡¡Válgame
dios!!!!
Ciertamente, la negación del estallido social como uno de los desenlaces
posibles del período chavista está estrechamente vinculada a la creencia de que
“el venezolano” se “adapta a todo”. Por supuesto, si los humanos no tuviesen esa
capacidad de adaptarnos significaría que los primates ancestrales que dieron
origen a nuestra especie hacen millones de años tampoco la tenían. Pero no fue
así. La capacidad de adaptarse sostuvo la evolución de la especie. Siempre ha
estado disponible para salvar muchas vidas humanas. La adaptación a condiciones
extremas ha sido admirada en multitud de casos. La adaptación gradual a los
cambios civilizatorios casi no se siente. Quienes nacimos en la primera mitad
del siglo XX somos testigos de las adaptaciones que hemos tenido que ejercer
para entender, aceptar, usar y finalmente disfrutar los cambios especialmente los
tecnológicos y los morales. Entonces, ¿Quién puede reclamar que “los
venezolanos” se adapten a la situación que viven? ¿no tuvieron que adaptarse los prisioneros de
Auschwitz y Treblinka para sobrevivir? ¿no
tienen que adaptarse nuestros presos políticos a sus condiciones en el
Helicoide? ¿Qué hay entonces de malo en adaptarse? Que tontería tan injusta es
ese reclamo a quienes se adaptan como pueden porque si se adaptan no luchan. La
falta de solidaridad me parece que esta en los acusadores.